nuevo libro
Pepe Ruiz "Manteca" muestra sus recuerdos
Antonio
Burgos presenta las memorias del popular almacenero de
La Viña
"Memorias populares", por A.B.
DISCURSO CON TANGO PARA PRESENTAR LAS
MEMORIAS DE MANTECA, por Antonio Burgos
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Teófila Martínez, el alcalde
de Huelva, Pedro Rodríguez, Antonio Burgos y Pepe
Manteca, en el almacén del barrio de La Viña.
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REDACCIÓN.
CÁDIZ. El próximo jueves, en el Salón
Regio del Palacio de la Diputación, Antonio Burgos
presentará el libro "Escrito con tiza. Memorias de Pepe
Manteca".
Escrito por Francisco Javier Orgambides Gómez y José María
Otero Lacave, colaboradores de este periódico, en esta nueva
publicación de INGRASA se narran las vivencias del popular
almacenero gaditano con raíces montañesas, una mirada atrás
desde el popular ultramarinos "Casa Manteca", situado en el
corazón del barrio de La Viña, uno de los reductos del Cádiz
más castizo.
Manteca retrata esa ciudad en la que el cante y los toros,
las riñas de gallos y las reuniones y partidos de mus en
torno a una copa de vino y a un papel de estraza con las
tapas ordenadamente colocadas, son señas de identidad de una
época que poco a poco va perdiéndose.
En un relato en primera persona, en el libro se evoca desde
el Cádiz de la posguerra y los juegos de niños en los
alrededores de la plaza de Abastos hasta los tiempos
actuales. Uno de aquellos niños que jugaban al toro,
paseaban gallos de pelea o jugaban a la pelota con unos
buches sacados del pellejo de algunos animales era Pepe
Manteca, como muchos otros niños de la ciudad.
La escuela taurina de Cádiz, situada en la calle Mateo de
Alba, ocupa un sitio importante en las memorias. Bajo la
dirección de Manuel Jiménez "Chicuelín" y de Sebastián
Suárez "Chanito", el popular almacenero recuerda su
aprendizaje taurino junto a personas como Chano Rodríguez,
Pacorrito, Antonio Pica, los hermanos Villodres o Manolo
Irigoyen.
Es un ejemplo de los cientos de personajes gaditanos que
desfilan por las doscientas páginas de este libro. Nombres
del toreo y del flamenco y otros muchos familiares para los
lectores como los "Melu", grandes amigos de Manteca, de
quienes muchos gaditanos han escuchado inverosímiles
historias, pasan por las páginas de este libro retratados
por la amena charla de su protagonista principal. Historias
de Aurelio Sellé, de Pericón de Cádiz, de Juan Vargas, de
Manolo Caracol, se suceden ininterrumpidamente en un relato
que es un verdadero paisaje auténtico de una época reciente
de la ciudad y de sus personajes en el último medio siglo.
José Ruiz cuenta su vida taurina junto a Miguel Mateo "Miguelín",
Enrique Bernedo "Bojilla" o Miguel Leytón "El Coli" con
quienes convivía en una pensión de la madrileña calle
Fuencarral. Y la tragedia de las cornadas, alguna muy grave
como la recibida en Valdepeñas y que le quitaría
definitivamente las ganas de ser torero. También hay una
visión del mundo taurino gaditano evocando a toreros como
Pacorro, Chele y muchos más.
La agitada vida de José Ruiz Calderón le llevó a formar
parte del contingente de emigrantes en Alemania. A su
regreso, primero desde el "Bar Manteca", donde uno de sus
ocasionales dependientes sería el famoso Camarón de la Isla
y más tarde en el actual establecimiento del Corralón de los
Carros, Manteca se ha convertido en el anfitrión de muchos
gaditanos de cuna y de adopción que frecuentaban su casa,
como Antonio Burgos, Curro Romero, Antonio Ordóñez, Carlos
Herrera, Pansequito, Rancapino o Carlos Arguiñano
El azar ha llevado a Pepe Manteca a Hispanoamérica, donde lo
mismo se las tiene que ver con el FBI que guarda gran
amistad con el gobernador de Puerto Rico o el exilio cubano
en Miami.
Con su gracia inconfundible y su peculiar manera de hablar,
Manteca relata sus horas de guardia nocturno en el Matadero
y las penalidades que le hacía pasar el "Platerito de Cádiz"
y otros aficionados que, una noche sí y otra también,
saltaban las tapias para pegar unos cuantos pases a las
reses destinadas al sacrificio.
Por su almacén ha pasado todo Cádiz, y para todos tiene su
dueño unas palabras en este libro. Allí, en "Casa Manteca"
podemos encontrar diariamente al cuartetero Juan Villar El
Masa", al cantaor flamenco José Jiménez "El Piti", y a
multitud de personajes y amigos que forman en unas reuniones
insólitas en las que lo mismo se forma una fiesta por
bulerías que aparece un trío de músicos cubanos o un grupo
de comparsistas evoca coplas de otros años a compás,
golpeando con los nudillos la vieja madera del mostrador
alto del bache.
El volumen se presenta con un alto número de fotografías de
los últimos cincuenta años de la historia de Cádiz, cerca de
ochenta instantáneas, donde aparecen buena parte de los más
de seiscientos personajes que comparten la historia de
Manteca.
La historia de la ciudad es también, y sobre todo, la
historia de sus personajes. Cádiz cambia a velocidad de
vértigo y el propio Manteca reconoce que la ciudad que vive
hoy es muy distinta de la que ha dejado atrás en estos
últimos cincuenta años. Un Cádiz distinto pero no menos
peculiar con el sello que le dan sus habitantes, Pepe Ruiz
Manteca, montañés de origen, es uno de ellos.
DISCURSO CON TANGO PARA PRESENTAR
LAS MEMORIAS DE MANTECA, por Antonio Burgos
Hay quien dice que Cádiz no tiene fiestas,
pero nadie reconoce que tiene la Viña más prodigiosa del
mundo, al Libro Guinness del tirón, una Viña de categoría.
Todas las viñas del mundo, las de Burdeos y las de Jerez,
las de Borgoña y las de California, las del Rioja y las del
Rivera sin Ordóñez, dan uva, menos La Viña de Cádiz, que en
lugar de uva da directamente vino. Vino en El Escalón entre
recuerdos toreros del Rebujina y Periquito el Melu con su
compadre; vino An Cá Felipe con prodigiosos aerolitos
viñeros, otra vez nieve en Cai, y con el letrero que subyuga
hasta al mismísimo Arturo Pérez Reverte anunciando las
caballas acabaítas de pescar, las zapatillas y las herreras,
"casi tós estos pescaos han trabajado de extras en las
películas del Comandante Custó"; vino en el Carapapa, medias
limetas de los mostradores de la Viña, mostradores de mi
barrio y del Noli, a cuyos nudos y nudillos no hay que hacer
la prueba del carbono 14 porque te dan siempre los catorce y
el pleno al 15 de tres mil años de gracia; y vino en un
barco desde la Montaña su padre para que don José Manteca
nos escanciase su vino con el rito sacramental de una
cafetera, otra pal Guinness del tirón, Cádiz es el único
sitio del mundo donde las cafeteras en vez de estar
calientes están frías, y en vez de dar café, como aquí no
hace falta ninguna que llueva café en el campo, en el Campo
del Sur, en vez de dar café lo que dan es ora Chiclana, ora
Sanlúcar, ora pro nobis quoniam in vino veritas vitae. El
vino de la Viña, en una perenne vendimia sin pisa y sin
mosto, sin botas y sin andanas, lo dispensa sacramental y
generosamente Su Ilustrísima el eminentísimo y reverendísimo
señor doctor en toros, gallos, cante y amistad Don José Ruiz
Calderón, ordinis fratris montañesorum, Manteca en el siglo
de las luces por la parte de en el barrio de la Viña han
puesto luces extraordinarias, hay que ver cómo reluce esa
calle de la Palma cuando hacia su episcopal bache de la
esquina de San Félix, como obispo titular de la sede del
Corralón, va impartiendo bendiciones de saludos y miraítas
por encima de las gafas Don José, que es tan apostólico y
tan romano del teatro del Pópulo que se debería haber
llamado Pedro, por aquello de las pieras de la Caleta, y
haberle dicho el mismísimo Nazareno en persona, cuando bajó
por vez primera Jabonería tras haber creado los mares de
barquillas y las tierras de piera ostionera y viese que
aquello no estaba bien rematado, porque la faltaba un buen
final y entonces pintó los malvas del atardecer en la
Caleta, diciéndole a nuestro evangélico y diario taumaturgo
del milagro de la multiplicación de los panes del horno de
la Gloria y los peces de la Tarifeña o los arencones de
barrica: "Tu est Josephus, sed vocabo tibi novus Petrus
gadirensis, quoniam Petrus es tamquam caletera piera, et
super hanc pieram, quam infideles petram apellant, edificabo
Caletam et Vineam meam et gaudebo in bachis tuis, llena aquí
otra vez"...
He llamado Doctor al señor Obispo pero
quizá conviniese mejor destacar más adecuadamente su título
de bachiller, tan cervantino por la parte de Don Quijote con
Cervantes y colorantes, de los señores Carapapas y Bati,
académicos de Argamasilla pá los cristales. Don José es
supremo bachiller, porque bachiller viene de bache; en su
etimología "bachiller" significa "el que tiene su ayer de la
sangre de sus venas y tó su ser en un bache". Su ser e
incluso su cope y su onda cero, y en materia de baches el
señor Obispo de la Viña tiene hechos todos los bachilleratos
del mundo, a la suerte natural y a la suerte contraria, por
soleá y por seguiriyas, con los espolones muy bien puestos y
nunca cantando la gallina, e incluso tiene hecho un MBA, que
significa Master en Baches de Andalucía.
Pues nuestro bachiller es el supremo
sumiller del bache, el doctor en Física, que tras hacer
líquida una guita o tras fundir en oro las medallas, te la
escancia en una cafetera, mientras se gasta cada día el
equivalente a tres bosques nórdicos o cuatro para hacer
pasta de papel de estraza donde ponerte la tapa. Como dice
Felipe el Coñeta, que es de la competencia, don José anda
gracias a Dios cortito de vajilla Lo Mónaco. En esa vajilla
de papel de estraza, un mojón pá Limoges y otro para la
Compañía de Indias, don José pone de tapa lo que a él le da
la episcopal gana y le salga de los corralones, no es don
José un almacenero como su colega Rogelio el de Trifón de
Sevilla, al que puede uno dirigirse en súplica del lomo en
manteca o de la anchoa de Bermeo. La liturgia por el rito
corraloniano que don José ejerce en su sede dice en su
rúbrica que nadie tiene categoría ni tiene cojones para
pedirle una tapa al señor obispo, que sabe mejor que nadie
lo que te tiene que poner, cuándo te lo tiene que poner y en
qué cantidad te lo tiene que poner. El señor Obispo, en su
bache de bachiller en amistad, no te da tapas, te da
indulgencias plenarias de gloria bendita, en forma de
exhortaciones pastorales de chicharrones, admoniciones de
morcilla de hígado o decretos episcopales de unas poquitas
papas del Corralón recién traías por el difunto Mena, que
sigue trayéndolas, mientras en papística materia El Lolo de
Cai te cuenta otra vez cuando sacaron Los Cosacos de Papas.
Y a pesar del papado del Corralón, nunca anduvo el señor
obispo en conjuras para que lo nombrara Papa el consistorio,
entre otras cosas porque la fumata blanca iba a oler
canutera, y no de melva precisamente. El señor obispo,
respetuoso con la jerarquía, sabe que lo suyo es el
episcopado viñero, que la parte del papado queda en el
vaticano de papas verdaderamente pontificias del Corralón.
Más de Guinnes Book y sin salir de las
papas: la tienda de Manteca es el único bache del mundo
donde puedes coger simultáneamente dos papas, dos, de dos
naturalezas distintas y un solo Cádiz verdadero, vamos, lo
que llamamos Cádiz, Cádiz; a saber, con la cabeza, puedes
coger la papa de manzanilla y con la mano, como Corralón
tiene premio, pues el premio de la riquísima papa del
Corralón, recién fritita con ese puntito de ajo, sin premio,
que es un secreto mucho mejor guardado que todos los de la
CIA y el FBI juntos.
A todos los obispos les llaman el
ordinario del lugar, pero a este obispo nuestro de la Viña,
tras leer el libro de sus memorias contadas por los
evangelistas Curro Orgambides y Chotín Otero, debemos
llamarlo no el ordinario del lugar, sino el extraordinario
del lugar, la más extraordinaria persona del lugar más
maravilloso del mundo, que es Cádiz, y dentro de Cádiz, la
Viña, y dentro de la Viña, el Corralón, y dentro del
Corralón, esquina a San Félix, el amarcén del Manteca, y
dentro del amarcén del Manteca, pues como en el final del
pasodoble de Los Llaveros, tire usted pá dónde quiera, pá la
parte de antiguo almacén o para la parte de moderno bache.
Lugar extraordinario del extraordinario del lugar que es la
verdadera Casa del Obispo. La apócrifa Casa del Obispo está
junto a la Catedral de mi Cádiz, que es tan bonita, que es
tan bonita, que parecen de plata sus campanitas, pero la han
tenido que restaurar, porque estaba hecha una pena. La
verdadera Casa del Obispo, la Casa del Obispo de La Viña,
está no lejos del templo de los ladrillos coloraos y no la
han tenido que restaurar, porque siempre está hecha no una
pena, sino una alegría, tirintitrán, tran, tran, ya que
desde ese sede episcopal don José limpia el mostrador, fija
los chicharrones sobre su patena de estraza y da esplendor a
la manzanilla, tirititran, tran, trero.
Las ciudades son su historia, las gestas
de sus héroes, los gestos de su mentalidad colectiva, sus
tradiciones, sus ritos, su habla, las campanas de sus torres
o la luz de sus atardeceres. Pero, sobre todo, sus hombres,
y la memoria que la propia ciudad tiene de ellos. Hay
siempre unos fundadores de la ciudades, mitológicos y
legendarios en nuestro caso, como Hércules, pero las
ciudades se siguen fundando cada día. En los frisos del
Monumento tenemos el relieve de los personajes que fundaron
el espíritu doceañista del Cádiz de la Pepa. En el friso de
la memoria de la ciudad tenemos el relieve de los personajes
que fundaron el espíritu trimilenario de la gracia de Cádiz:
las dinastías de los Espeleta, los Ortega, los Melu, los
Martínez, los Vargas, los Rodríguez Rey, casas cada una de
ellas tan ilustres como las de Alba o Medinaceli. Y no lo
digo a humo de pajas. A José Gómez Ortega, Gallito, rama que
viene de este tronco de los Ortega de Cádiz, le preguntaron
una vez por el duque de Alba de su época y dijo:
-- Mi casa y la de Alba siempre se han
llevado muy bien.
Como la Casa Manteca se llevó muy bien con
la casa Medinasidonia, por aquello del atún y a ver al
duque. Ahí, en ese gran friso escultórico de los doctores de
la sabiduría popular gaditana, de los filósofos que escriben
sus obras completas en una sola frase, hay que inscribir a
nuestro personaje, que en el libro de Orgambides y Otero
anota con tiza y cobra la grandeza de la oralidad. Lees el
libro y estás oyendo hablar a don José sin necesidad de
cinta magnetofónica ni de DVD. Bueno, sí, es un poquito el
DVD de Manteca, pero tomando esas iniciales de DVD como
Derroche Verdaderamente Delicioso. La gracia de Cádiz en
estado puro. Un tratado de Historia del Arte de la Gracia.
Libro que se inserta en una tradición privilegiada que tiene
Cádiz, al poder contar con obras que salven más allá de sus
propios tiempos el prodigio de la cultura de estos relatos
orales, un caso único de literatura popular, como el ciclo
de los romances hecho prosa en nuestros días. Literatura de
tradición oral. La obra del señor obispo de la Viña se
inscribe en la tradición del libro que hizo Ortiz Nuevos
sobre los embustes de Pericón, del que acaba de publicar
Juan José Téllez con toda la magia de Chano Lobato, de la
biografía de Antonio Ortega sobre Macandé. O del libro sin
papeles de las grabaciones en que Quintero recogió la gracia
de los relatos orales de don Benito Rodríguez Rey, otro
obispo, de la orden benidictina del Beni de Cai.
En todo el relato del libro está oyendo
uno a don José. Quiero decir que está oyendo a un gran
señor. Días pasados, el gobierno del Reino de España
concedía la medalla de oro del Trabajo a un tabernero de
Sevilla, también hijo de montañés, a Rogelio Gómez el de La
Flor de Toranzo, vulgo Casa Trifón. Cuando el vicepresidente
del Gobierno le comunicó la noticia, Trifón dijo:
-- ¿Pero cómo va a ser un tabernero
excelentísimo señor?
En las memorias de Pepe Manteca está la
respuesta. Ahí tenemos las razones por las que un tabernero
es un excelentísimo señor. Nada menos que todo un señor. Hay
quienes tienen muchos títulos y como dice don José, son
archimillonarios. Pero nunca serán unos señores, por mucho
que lo intenten. Eso no se compra con dinero. Sobre el
trabajo y sobre el respeto a los demás, sobre la suprema
dignidad y el dificilísimo arte de saber estar en su sitio y
de poner a cada uno en el suyo, José Manteca ha constituido
el señorío con jurisdicción exenta que queda patente en
estas páginas.
He situado a "Escrito con tiza" en la
tradición literaria de los relatos orales gaditanos pero
quizá este libro es de más amplio espectro, va más allá del
mundo del cante, se adentra por los toros, por los gallos de
pelea, por el paisaje urbano y humano de Cádiz, por la
intrahistoria de la ciudad, por sus usos y costumbres, por
sus leyendas y sus personajes, por el ancho mundo. José
Manteca es como aquel vino de Agustín Blázquez, un Manila
viajado, y es tan gaditano quizá porque ha estado abierto a
tanto mundo como ha recorrido, de San Juan de Puerto Rico a
Alemania, pasando por todas las aduanas con guasa de los
Estados Unidos de América. Todo eso de Castellón que ahora
se dice también lo inventó Manteca. Su Castellón incluso
estaba un poquito más lejos, en Hamburgo, donde hace una
mijita más de frío que en Castellón, porque en Castellón
nadie tiene que ponerse cinco calzoncillos largos uno encima
de otro, porque en Hamburgo no hace humedad, en Hamburgo
hace un frío del carajo.
Aquí está la memoria de la Tienda del
Matadero y de la Privadilla, de los flamencos del Café
Español, de los recuerdos pasiegos de Tesanillo en un
paisaje de chicucos de Villacarriedo, en Cádiz con pimpis y
embarcados, con ultramarinos y coloniales, con marineros y
flamencos. Está la memoria de El Cojo Peroche, y se
documentan muchas de sus historias, atribuidas sin
fundamentos a otros personajes gaditanos de esta saga de la
gracia. Punto en el cual son impagables los datos de
documentación que Orgambides y Otero Lacave ponen a pie de
página. En esas notas a pie de página hay como el esbozo de
otro libro, el paisaje humano y urbano sobre el que emerge
la figura del relato de nuestro protagonista.
En el libro y en la memoria de José está
Aurelio, está Caracol, está Camarón, está Peñita. Desde el
libro nos están mirando desde La Caleta los célebres ojos de
la caballa famosa de su relato. En el libro está una
infancia de fatiguitas y cartillas de racionamiento en el
Cádiz de la explosión y la plaza de toros y la fiesta del
Corpus, y don José León Carranza, y el Batallón Infantil.
Están los niños que juegan al toro, los que quieren ser
picadores y los que quieren ser bomberos. Los inspectores de
abastos y los puestos de la plaza. La calle Ancha y los
Callejones. Está la memoria de los Melu, otros señores, como
el gran Agustín, de quien recuerdo una carta abierta en el
Diario, en los tiempos de su bar de El Burlaero, donde
escuché a Los Ceporros, va a enterarse el auditorio, de una
carta que le manda. Que la carta era que Periquito, el hijo
del gran Agustín el Melu, había tenido un accidente cuando
estaba haciendo el servicio militar en Canarias y se había
portado muy bien con la familia el capitán general de las
islas. Y don Agustín le dio las gracias en el diario, en una
carta abierta muy ceremonial, Versalles puro del señorío
popular, que comenzaba diciendo: "Soy Agustín, de los Melu
de Cádiz..." Aproximadamente así, con esa grandeza y
señorío, encabezaría Lucio Cornelio Balbo sus cartas a
Pompeyo: "Soy Lucio Cornelio, de los Balbo de Cádiz". Balbo
o Melu, Melu o Balbo, qué más da, toda esa grandeza del
teatro romano de la sabiduría del Senatus Populusque
Gadirensis está en este libro, con Melu el Mayor y Melu el
Menor y con todos los Melus y todos los Balbos del cante y
de la gracia.
Y la grandeza de torero. Manteca ha sido
muchas cosas en esta vida: "actividades diversas", las llama
humildemente. Las ha sido sin dejar de ser una sola: torero.
A otros que se visten de luces tiene que llamárselo la gente
desde el tendido, a la mexicana, "¡torero, torero, torero!"
Aunque se lo digan, no lo son. Por el contrario, Joselito
Calderón, José Ruiz Calderón, José Manteca, Manteca de Cai,
don José Ruiz, el Maestro Manteca, llámenlo como quieran, es
torero y es él quien nos lo dice en silencio, sin pronunciar
una sola palabra, con sus gestos, con su estilo de vida, con
su filosofía, con su elegancia, con su señorío, con su
suprema dignidad en el trabajo, con ese tempo como "andante
maestoso" con que se mueve en su almacén, por muy empetado
que esté, sin perder nunca ni el compás ni el temple. ¿Que
no tomó la alternativa? Qué más da, ésas son circunstancias
de la vida. ¿Qué más alternativa que sus viejos cornalones y
sus estancias en el Sanatorio de Toreros, donde el doctor
Jiménez Guinea le decía cada vez que llegaba con las carnes
rotas, "pero otra vez estás aquí, hijo"? Dice don José en la
página 104: "Ser figura del toreo es más difícil de que te
toque la primitiva". A él le tocó esa primitiva en la
primitiva ciudad de Cádiz. Manteca es figura del toreo de la
vida, del trabajo y del señorío, que eso sí que es difícil.
Más difícil que para un cura llegar a obispo, y él ha
llegado a obispo de la Viña. Don José es torero y lo será
siempre. Lo dice en la página 102: "Torero hasta que me
muera no lo voy a dejar de ser".
Las cornadas viejas de la vida las ha
olvidado. Lo más bonito del libro es que no tiene ni una
palabra desagradable para nadie, ni un mal recuerdo de nada.
Generosidad se llama la figura. Y de ojaneta de la Caleta,
cero cartón del nueve en la lotería de la piera cuadrá. Don
José es señor de sus silencios y no se hace esclavo en estas
memorias de una palabra más alta que otra, sino cada una de
ellas más honda que la anterior.
Y gracia, toda la del mundo. Sin querer
reventarle el libro a Curro y a Chotín, no quiero dejar de
recordar cómo cita al ganadero de bravo don Leopoldo de la
Maza y Falcó, Conde de la Maza, que, como le llamaban Poli,
por Leopoldo, para Manteca es "don Policarpo no sé cuantos,
de unos apellidos ilustres, alemanes". O cómo cita a don
Enrique García Agulló, con quien se echó en Sevilla un pulso
a ver quién saludaba a más gente por la calle para no tener
que convidar. De don Enrique García-Agulló y Orduña dice
Manteca: "Quique García Agulló era delegado de eso donde
llueve mucho, sí, hombre, de la Confederación del
Guadalquivir". Y luego, el brindis de la lidia y muerte de
un toro al señor gobernador del Estado Libre Asociado de
Puerto Rico. En sus viajes postcolombinos para el
descubrimiento y conquista de América con los gallos de
pelea, estaba Manteca en la Isla del Encanto, bastante
tiesecito, y para ayudarse vendía pares de zapatos de
Segarra en la plaza de Armas del viejo San Juan, puestos en
el suelo sobre una manta, que Manteca también inventó lo del
top manta, pero en clase de zapatos de Segarra. Había
vendido ya y a buen precio todos los pares de zapatos que
llevaba, que los mulatos y los negros se lo quitaban de las
manos, pero le quedó colgado uno del número 47 y siete mil,
grandísimo, grises, de ante. Y fue entonces cuando se
organizó una corrida de toros y cuando contrataron a José. Y
a la hora del tararí del último tercio, le dijeron que le
brindara el toro al señor gobernador, que estaba allí, en
una barrera, de estas barreras de los pueblos que asoman los
pies por debajo. Se fue José con loa avíos de matar para
brindar al gobernador, y cuando llegó delante de él
endiqueló los pinreles asomándole por debajo de la barrera.
Unos pinreles estrictamente enormes. Esta es la mía, pensó
José. Porque se acordó inmediatamente del par de zapatos de
ante, grises, preciosos, del número 47 mil, que se le habían
quedado colgados. Y fue entonces cuando hizo el más
memorable brindis de la historia del toreo, pues le dijo,
sin dejar de mirar lo bien despachado de pinreles que estaba
el tío:
-- Señor gobernador, tengo el gusto de
brindarle a usted este toro, y además, le voy a decir a
usted una cosa: yo tengo también mucho gusto en regalarle a
usted un par de zapatos que no vea usted qué par de zapatos,
señor gobernador, unos zapatos de categoría.
De cómo estuvo José en aquel toro no queda
memoria en el Cossío. Sí queda en cambio memoria en el
Orgambides y Otero de cómo estuvo José en el brindis del par
de zapatos al gobernador de Puerto Rico: inmenso, que diría
Miguel el Potra, otro filósofo contemporáneo de la Bética.
El par de zapatos le estaban tan bien a los pinreles del
gachó, que le mandó al torero trescientos pesos. Aun no se
sabe si los trescientos pesos del gobernador del Estado
Libre Asociado de Puerto Rico eran por el brindis o eran por
los zapatos. Yo creo que era más bien por los zapatos, hasta
entonces libres y desde aquel momento asociados a aquellos
dos pedazos de pinreles, qués dos pedazos de pinreles tenía
el gachó.
En el libro hay rescates y valorizaciones
de toreros, como Rafael Ortega, Pacorro, Chele, la gracia
granadina de Bojilla, la desgracia del pobre Coli, o como de
Miguelín, "que corría más patrás que palante". Hay una
escena memorable donde José torea con una toalla y Curro
Romero le dice ole. Hay revelaciones fundamentales para la
historia del cante, como que Aurelio no compró tabaco nunca
y que se tomaba todos los cafés de balde del mundo que tú le
dieras. O sobre Alonso Rancapino, que canta tan puro y tan
rancio que es para echarle mayonesa. Y está la mejor
definición literaria del miedo en el toreo que nunca he
leído a nadie, ni a Hemingway ni a López Pinillos, ni a
Chaves Nogales ni a Cañabate. Es la teoría del pasito. José
no llegó a figura del toreo en las plazas por que el miedo
le impidió dar ese pasito. Escuchen su relato:
"Te dicen, vamos a arrimarnos, vamos a
comprarnos un cortijo, venga los toreros, vamos a comprarnos
un Mercedes. Y tú dices: Inmediatamente, cuando salga el
toro me lo voy a comer. Porque uno quiere tener un Jaguar o
un Mercedes o un cortijo y quiere tener un caballo y esto y
lo otro. Y cuando sale el moreno, te entra un miedo, y se
dice uno: ¿Que hago yo aquí, hombre? Si yo lo que quiero ser
es tendero o pescadero, qué hago yo aquí si esto es lo más
difícil del mundo? Y tú sabes que dando un pasito adelante
se te arranca y la gente se pone, ole, ole. Lo sabes tú y lo
saben todos los toreros. Pero ese pasito no lo das. No te
deja el corazón. O la mente. Delante del toro no quieres ni
un cortijo ni un Mercedes ni un Land Rover, ni botas altas,
ni campo ni ganado, tú lo que quieres es ser almacenero,
¿cuántos vasos de vino pongo aquí?" Y cuando la gente dice
pónsela, pónsela, hay que tener unos cojones para ponérsela.
Y la gente, bájale la mano, bájale la mano, pero chiquillo
si tú estás loco por irte. Si lo que quieres es irte de ahí
y ponerte a cobrar la luz como todo el mundo o a despachar,
¿señora, qué quiere usted, dos metros de tela?"
Más expresividad con menos recursos no se
puede conseguir como la lograda en este soberano relato, tan
perfectamente transcrito, como el libro todo, por Francisco
Orgambides y José María Otero Lacave.
Y como yo también estoy loco por irme y
ponerme a cobrar la luz como todo el mundo, permítanme
finalmente que en homenaje a don José y al monumento de sus
memorias le lea un tango que hice en forma de cable para
Salvador Ramallo y los amigos del coro de Los Dedócratas, el
año de "Vamos de etiqueta". No sé si en aquel coro metieron
o no la letra aquel tango o si ni siquiera iba en el
libreto. Con la venia de su ilustrísima, señor obispo, va
por usted, como un añadido a este brindis. Al fin y al cabo,
este tango es como un par de zapatos de ante grises del
número 47 mil que se me habían quedado colgados y que yo sé
que a usted le van a venir divinamente:
- El gato duerme en su silla
- y aquel canario canta en su jaula
- y le hace la competencia
- a alguna cinta del Caracol,
- entró, entró La Uchi sin bicicleta
- llegó, llegó El Piti, ya son las dos.
- Ay tienda con toa la gracia
- de tó ese embrujo que tiene Cádiz,
- en donde Pepe el Manteca
- es el obispo del Corralón.
- Ay, tienda con los carteles
- de sus quereres de ser torero,
- de gallos de reñiéro,
- y cantes de Pericón...
- Si nadie te ha escrito un tango,
- ahora José voy a dedicarlo,
- que aunque sé que no te gusta
- no te asusta el Carnaval.
- José Ruiz, qué gaditano,
- tú eres como la Caleta
- metía en Manteca,
- como etiqueta de vino bueno ...
- Ay Manteca,
- con esas papas recién traías,
- con tus toreros...
- No te importe que no fueras
- un matador porque tu afición
- es tu tienda vieja en sabor,
- como un templo de la Viña,
- de toros y de cantiñas,
- tu señorío allí se refleja,
- señor de gallos y seguiriyas,
- que cuando cortas morcilla,
- cortas, Manteca, las dos orejas.
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